Dominical, 2002

Sonia Santana ha grabado en Cuba un disco acompañada por The Saratoga Band


En un laboratorio musical de Miramar, un barrio residencial de La Habana (Cuba), se ha experimentado con una nueva especie. Son las cosas que tiene el siglo XXI. Se coge una pizca de Rita Hayworth, otro de las Golden Sisters, se salpimenta con un par de arrebatos de Marilyn Monroe y de Sarita Montiel, se colorea con los rescoldos todavía calientes de Carmen Miranda y se olvida todo ello porque el resultado es genuino. La última cantante de los extintos Olé Olé, Sonia Santana, ha grabado un disco fiel a la época dorada de las orquestas latinas. Los miembros de The Saratoga Band, una veintena de entre lo mejorcito de la nueva camada de músicos cubanos, con Tony Pérez al frente, la portan entre algodones.


“Quién será el que me quiere a mí, quién será, quién será/ Quién será el que me dé su amor, quién será...” (Sway)


Los estudios musicales Egrem de Miramar, una propiedad estatal como casi todo en Cuba, no tienen nada que envidiar a los mejores del mundo. Y los que trabajan allí, tampoco. En la recepción espera Sonia Santana, una canaria que se aproxima a la treintena, de rasgos orientales, tez transparente, cuello elegante y, como dirían los cubanos cuando hablan sobre el brío del corazón, "¡una bomba..., hermano, tremenda bomba!". 


Lleva escasos días registrando su primer disco y todo en ella es vibrante. Es decirle “hola” y ya estaría hecha la entrevista. El influjo de su isla (Las Palmas de Gran Canaria) y de la adoptiva en lo musical (Cuba) la mantiene en continuo estado de excitación. "Estoy feliz. A veces hay que mentir, pero esta vez es así", dice.


“Amapola, lindísima amapola, no seas tan ingrata y ámame / Amapola, amapola, cómo puedes tú vivir tan sola...” (Amapola) 


Dentro del estudio, frente a una hercúlea mesa de sonido, Tony Pérez, 28 años, energía incandescente en forma de pianista, que está ejerciendo de productor y director artístico, afirma: "Sonia es muy buena cantante. Pero lo grande de ella está en la forma de proyectarse y transmitir la música. Tiene un tremendo encanto, tremenda espiritualidad, es una cantante con mucha fuerza". "Tú la miras y es una actriz, es una modelo, es un conjunto de cosas que al final resulta enorme a la hora de un concierto en vivo", añade con contundencia la mano derecha de Chucho Valdés en Irakere y, a la vez, uno de los más sobresalientes nuevos valores musicales que ha producido Cuba. Entre otros logros, ha llegado a tocar con el maestro de jazz Herbie Hancock, con Isaac Delgado y con La Fama All Stars. "Hay un tío en Hollywood que me quería llevar a mi pal cine", comenta sin saber que habla del productor musical de Titanic, del arreglista oficial de los estudios Columbia.


El Tico-Tico se les está resistiendo. La grabación de la orquesta es rápida, fulgurante, demasiado para la densidad de la letra que, además, es en inglés. "Yo recuerdo que Carmen Miranda cantaba una parte en portugués y tarareaba un trocito", ruega Sonia al otro lado del cristal después de varios intentos. La respuesta de Tony es la que se repetirá como una plegaria zen durante la grabación: “Ella lo puede hacer, ella lo puede hacer”.


Las jornadas se suceden en los estudios sitiados de verde y humedad. "He actuado en situaciones límite en muchos garitos y eso me ha valido para que haya estado una semana grabando con notas altísimas, como ahora, y no me haya quedado ronca. Eso me pone contenta, porque me digo: “Sonia, buen trabajo", cuenta la cantante. 


“Quiero que vivas sólo para mí y que tú vayas por donde yo voy / Para que mi alma no sea más de ti / Bésame con frenesí” (Frenesí)


Pero no todo es autoexigencia y sucesión de la frase “ella lo puede hacer”. "El otro día lloré en el estudio. Estaba con los nervios a flor de piel. Fue durante un receso en el que Tony tocó una canción brasileña que le gusta mucho", dice. "Tony, por favor, no sigas que se me va a salir la lágrima”, le pidió a este músico capaz de interpretar a Bach contoneándose y girándose hacia la cámara".


“Tiene lágrimas negras, tiene lágrimas negras como mi vida / Tú me quieres dejar, yo no quiero sufrir / Contigo me voy mi santa aunque me cueste morir” (Lágrimas negras)


Anoche, Sonia dio la última nota de su aportación al disco. Este mediodía, está sentada en una terraza de la fortaleza del Morro con la bahía de La Habana por horizonte. Un cuarteto de viejos troveros pone el hilo musical a la sobremesa. “¡Mira, El manisero!”, dice. Es una de las composiciones de su álbum y se ríe con el doble sentido de la letra: "Viene a decir que hay mujeres que están a régimen todo el día pero, cuando llega la noche, ¡cómo comen rapadura!, que es un dulce alargadito. Llegan con hambre de todo tipo".


“Maní, Maní / Si te quieres con el pico divertir cómprate un cucuruchito de maní...” (El manisero)


Sonia Santana pertenece a una familia amante de la música. Su padre era tenor y tocaba el piano, su bisabuelo fue músico de bareto bohemio de jazz. Cada noche se quedaba dormida con “la voz melosa y dulce” de su madre. "Me cantaba boleros, tangos, hasta canciones religiosas. Tenía un año de edad y le decía: “Mamá, enséñame la letra”. Y la imitaba con la lengua trabada".


Aterrizó en Madrid desde Las Palmas para estudiar Ciencias Políticas y Arte Dramático. Pero se le cruzó por delante Olé Olé. Tenía 21 años. "Empecé con ellos en el año 92 y me marché a finales del 93. Luego intenté sacar un disco en solitario, pero las compañías consideraron que no era pop, que no era comercial. Decidí romper con muchas cosas y marcharme a Londres. Hasta ahora, que vivo allá desde hace cinco años". 

La etapa de Olé Olé se terminó porque, afirma, "Simplemente no estaba feliz, ni personal ni musicalmente hablando". Su marcha quizás fue el detonante para la desaparición de aquel conjunto, que cerraba 10 años en el candelero del pop ligero. "Pasaron tres cantantes por el grupo (Vicky Larraz, Marta Sánchez y ella misma). Ellos tenían suficiente prestigio para seguir con esa historia, pero me imagino que también querían tomar otros rumbos", explica. "Nunca me he arrepentido de dejar Olé Olé y si lo hice fue por un motivo, para estar aquí ahora. Lo único que sé es que me siento más bella y físicamente más joven que años atrás. Ahora soy yo", deja claro. 

En la capital británica, donde incluso ha sido modelo, al principio se buscó la vida acudiendo a los clubs y salas que sonaran a latino. Más tarde rastreó el eclecticismo y se sumergió en el jazz, la música brasileña, el pop de calidad, el funk, el acid jazz y la fusión con ritmos africanos. "Una conjunción de ideas que está en boga". 

Su disco con The Saratoga Band pertenece a un universo paralelo. Peter Scott, un escocés dueño del sello Línea 1, necesitaba una figura femenina con una imagen de impacto y que pudiera cantar en inglés y español. "Quiere aproximar este tipo de música al público anglosajón y joven. No es fácil, ya que se trata de una big band y los temas son muy clásicos. El secreto está en la sangre nueva, poder contar con músicos jovencísimos y con mucho talento. Tenemos hasta un saxofonista de 16 años. La gente joven en Cuba escucha a los maestros del son y el bolero, pero también jazz, funk, pop. Y todo eso lo fusionan". 

Punto y aparte es Tony Pérez, asegura la cantante: "Cuando lo conocí, me acordé del Mozart de la película Amadeus, con esa risa: "¡Aaaah!" No es ese genio del tipo Beethoven, dramático, no. Es raro tener una relación tan mágica con un productor. Es muy lindo que un músico de su categoría respete a una cantante, no suele ser muy normal. 'Ella lo puede hacer, ella lo puede hacer'. Y lo hago. Eso no sucede todos los días". 

El producto de esa química es la recuperación de melodías grabadas a fuego lento en la memoria de todos desde los años 30 y 40: South American Way, Ron y Coca Cola ó Mama Inés. Chachachá, rumbas y boleros, que deben ser (y son) interpretados por una orquesta de etiqueta y una diva puesta de largo. Al estilo de las orquestas de Desi Arnaz, la Aragón ó la Siboney, Xavier Cugat o Machito, así como la de Dizzy Gillespie. 

"Es una idea de esos años dorados traída al siglo XXI. La big band tiene un swing tremendo, con un ligero aroma a jazz por la presión de los vientos. Lo oyes y dices: ¡Uaauh, esto me suena a Glenn Miller, a Hollywood!", dice Sonia, que cree en la comercialidad del disco. 

Por algo el éxito de 1999 en España fue Mambo number 5, de Pérez Prado. Tony Pérez atestigua: "He consultado con amigos de esa época, contemporáneos de la Orquesta de Benny Moré, y me han dicho: 'Lo que habéis hecho es aquello pero actual'. Se impresionan al escucharlo".

Sonia no valora su actual proyecto como un nuevo comienzo en la música. "Nunca nadie supo entender que soy una voz con alma. Si hay algo que gusta es ver a una artista feliz en el escenario".

"Estás perdiendo el tiempo pensando, pensando / Por lo que tú más quieras, hasta cuándo, hasta cuándo" (Quizás)

ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO